Gente que trata a sus perros como
hijos. Se refieren a ellos como “mi perrijo”, “mi bebé”, “mi chiquito hermoso”.
Los visten con ropa de niño y niña; trajecitos de supermán, vestiditos de
princesas. Los alimentan con alimento supersuperprémium. Los cuidan con todo lo
que el veterinario y los blogs de perritos les recomiendan: aceite de coco en sus
patitas y adiós resequedad. Gastan en ellos todo el dinero que pueden, a veces
más; como cuando un padre no piensa tanto en lo que cuesta y sí en lo que vale que
su hijo tenga lo mejor.
Y es entonces cuando la otra gente
se escandaliza. Los llaman “ridículos”,
“desnaturalizados”, “malos seres humanos”. Los cuestionan para hacerles ver su
error. Creen que esta sociedad va de mal en peor cuando para alguien más un perro
sustituye a un niño. Y sí, nadie lo duda, vamos mal.
No es coincidencia que de todas
las especies animales a nuestro alcance hayamos elegido al perro para
preferirlo antes que a un niño y tratarlo mejor. Así de mal están las cosas,
todo está al revés. Quizá los perros de ahora ocupan el lugar de los hijos
porque los hijos de ahora son como los perros de antes. Hay niños que son un
accesorio más de la imagen familiar, así como cuando las familias tenían un
perro en el jardín para que se viera bonito. Hay niños que se alimentan a base
de la comida chatarra que la mamá o el papá les pueden comprar en la
miscelánea, como cuando los perros se alimentaban de las sobras que se les
podían dar. Hay niños que pasan doce horas en una guardería o centro escolar,
como cuando los perros pasaban la mayor parte de su vida encerrados en un
pasillo de patio o en la azotea de la casa. Hay niños que interactúan más con
la pantalla de lo último en tecnología que con sus padres (“¡El aipad es una maravilla
para entretenerlos!”), como cuando los perros pasaban días, semanas, meses, el
resto de su vida sin salir a pasear con sus dueños. Hay niños que viven en las
más ocultas historias de violencia intrafamiliar, como cuando los perros eran
maltratados con golpes y castigos. Hay niños que no han recibido nada de sus
padres que no sea humillaciones, reproches y palabras de desprecio, como cuando
los perros eran pateados si se acercaban de más.
La gente que trata a sus perros
como hijos es gente que no quiere asumir la responsabilidad de tener a un hijo
pero sí quieren la compañía, dicen. Y sí, obviamente así es. Después de todo,
hay una necesidad humana de dar y recibir detrás de todas esas atenciones y qué
mejor que un perro para sentirnos que aquello funciona bien. Sí, lo mismo
podríamos hacer con un hijo, pero un perro jamás será tan complicado ni jamás
podrá salirnos tan mal. “Qué cómodo”, les dicen. “¿Por qué no mejor tienes un
bebé como los demás?”, les reclaman. Al parecer es preferible otro niño más tratado
como perro que otro perro más tratado como niño.
Ni perros tratados como hijos ni
hijos tratados como perros; ninguna de las dos opciones es esperanzadora para la
especie humana. Qué bonita historia sería la de la humanidad que trata a los
hijos como hijos y a los perros como perros, pero en esta realidad inexorable
no podemos negar que un perro más en el lugar de un niño representa también un
niño menos en el lugar de un perro. La gente que trata a sus perros como hijos
es también la gente que ya aceptó que no puede y no quiere hacerse cargo de
otra vida humana, y que prefiere hacer otra cosa antes de quizá volverse uno de
esos padres que tratan a sus hijos como perros.